martes, 29 de abril de 2014

Roberto Aizenberg: Su lugar está en la historia global





Verlichak comentó la muestra Roberto Aizenberg en Artes combinadas; aquí una nota publicada en revista NOTICIAS, el 5 de abril.


Artes Combinadas - Roberto Aizenberg – Epístola a Hieronimus Bosch 1962
Epístola a Hieronimus Bosch
Aún antes de frecuentarse en Milán, Roberto Aizenberg (Argentina, 1928-1996) coincidía con Italo Calvino en su afinidad por las ciudades de la memoria, soñadas. “Lo vacío y lo lleno decidieron intercambiar sus papeles. Todo lo que era vacío se volvió lleno y todo lo que era lleno, vacío. (...) Hay quien dice que aquel mundo no es sino éste donde habitamos nosotros, que no lo sospechamos distinto de lo que debería ser, y no nos damos cuenta de nada. Hay quien dice que Bobby Aizenberg supo todo esto, y que se ve al mirar sus dibujos”, escribía Calvino en 1982. Esos mágicos intercambios se confirman en dibujos y pinturas de la muestra “Aizenberg. Sin edad, sin tiempo, sin espacio”.

Inesperado y exacto

Desde de su irrupción en la escena artística local en 1954, Aizenberg deja una marca inolvidable anotada por la crítica, que lo alienta y respeta. Pinta maravillosamente el silencio, revela la belleza de los colores, maneja como pocos el espacio, los volúmenes y la luz, capturando con las sombras otra realidad. Pasará los próximos 40 años confirmando que el lucimiento de su muestra inicial se halla fundado en un talento inusual.

Llamado tempranamente el “Spinoza de la pintura argentina” por el crítico Bengt Oldenburg, presumiblemente por su rechazo a cualquier sectarismo y por un racionalismo nutrido de principios cartesianos y leyendas judías fantásticas, Aizenberg es comparado por Marta Traba con Borges porque su trabajo, como el del escritor, “también es inesperado y exacto”. Jorge Romero Brest anotó en el catálogo de la exposición de Aizenberg en el Instituto Di Tella (1969), que el artista trabajaba “como si cumpliese una tarea de iluminado… Sin hacer teoría y sin que le importe la teoría de los demás, menos el juicio crítico, fuere de quien fuere”.

Inclasificable -con improntas metafísicas, desarrollos surrealistas, geometrías líricas-, el artista construye fuera del tiempo una obra notable también por lo circular. No existen etapas en las expresiones de Aizenberg, sino diversas síntesis y énfasis que traslucen y provocan una sensación de asombro. En sus pinturas suele reinar cierta inmovilidad que, según el espectador, muestra tanto una profunda espiritualidad como abrumadora soledad. Los collages reflejan una inagotable curiosidad, mientras que en los dibujos se filtra algo de su agudo sentido del humor, que en la intimidad puede convertirse en irónico y letal.

Desde el inicio, convergen en su producción una serie de imágenes que constituyen gran parte de la iconografía que habrá de utilizar hasta el final. Entre los motivos y apariencias, que reinventa una y otra vez, se encuentran radiografías, torres, abanicos, figuras descabezadas o “humeantes”, bañistas, arlequines; un repertorio que incluye rostros centroeuropeos, figuras de hombre y de niño, ciclistas, damas, hombres de circo, pájaros, maniquíes, ciudades fantasmagóricas, construcciones vacías, monumentos, geometrías planas y volumétricas o facetadas.

Anotaciones del artista a partir de una pintura con la figura del abanico -que puede invocar a la de la palmera (algo estilizada, quizá Art déco), uno de los árboles más habituales de Entre Ríos, su provincia natal- sugieren el título de esta muestra. En 1964 alude a la “pintura-abanico, que puede servir para la eliminación de diversos terrores. (...) Objeto ritual, real y visible”. Luego, este objeto ceremonial (¿contra la muerte?) es una versión “sin edad, sin tiempo, sin espacio”. Como toda su espléndida obra.

En su búsqueda de sentido existencial, con el correr del tiempo abandona lo que aparece como una aproximación a lo sobrenatural, en la creencia de que el arte y la ciencia son esencialmente lo mismo: coinciden en la búsqueda del conocimiento. Pero, contrariando las opiniones e intenciones del artista, su sigilosa obra aparece situada en un terreno estético mágico antes que científico, y provoca en el espectador impresiones emotivas, sensaciones subjetivas, más que intelectuales.

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Cuando en 1995 le preguntaron si se sentía más identificado con la “pintura surrealista, simbólica, metafísica”, categórico, el artista se desentendió de las denominaciones. Es cierto, las etiquetas no importan, porque como bien concluye Dawn Ades, una de las más influyentes historiadoras de arte del Reino Unido: “Aizenberg fue uno de los grandes artistas de la Argentina del siglo XX, formó parte de su historia; pero ése no debe ser su único reconocimiento. Su lugar está en la historia global del arte del siglo XX”.

V.V.