miércoles, 23 de abril de 2014

Pintar en el aire (Parte 1)


Elías Crespín (Caracas, 1965) participa de la muestra internacional “Estructuras de lo invisible” en la galería Klovicevi Dvori de Zagreb, Palacio Klovicevi, antigua residencia de los jesuitas; excusa para hablar del artista venezolano.

A continuación la primera parte de un artículo de tapa, de Victoria Verlichak, en revista ArtNexus Nº 78, publicado en 2010.

Coreografías geométricas

¿Qué miran todos embelesados? Sucede siempre en las exhibiciones. Los espectadores se arremolinan y, callados, observan los movimientos hipnóticos de unas inesperadas formas que se mueven y flotan y, en su danza en el espacio, encarnan la poesía. Danza y poesía en las obras del venezolano Elías Crespín, un artista que se adueña del espacio y “pinta en el aire” signos con reminiscencias geométricas -líneas, superficies, volúmenes, partes de estructuras suspendidas desde el techo- que crean mundos, atrapan la mirada y liberan la mente. 

Siempre únicas e invariablemente sugestivas, sus esculturas electrocinéticas se encuentran fundadas, a la vez, en la estética del movimiento y en el principio del equilibrio. Pero, a diferencia de la bicicleta de Marcel Duchamp (¿primer trabajo de arte cinético?, además de primer ready-made) accionada manualmente, de las experiencias de Naúm Gabo con esculturas dotadas de mecanismos eléctricos que parecen máquinas, de Laszlo Moholy Nagy con sus proyecciones de sombras en la pared, de los móviles de Alexander Calder agitados por la brisa, o las piezas de Jesús Soto, que también precisan del desplazamiento del espectador, las obras de Crespín incluyen dispositivos animados por sistemas electrónicos (hardware), controlados por tecnología de computación (software) diseñada por el propio artista. 

Artista sin etiquetas

El gesto estético de Crespín brinda una experiencia sensorial que fascina y desconcierta. Hechiza a los espectadores que, sin necesidad de una explicación discursiva ni de buscar definición programática alguna, se dejan llevar por su evidente magia. Perturba a algunos que reclaman colocarle alguna etiqueta al trabajo de este artista, que se encuentra en una clase en sí mismo. Al día siguiente de que en mayo de 2008 la coleccionista argentina Nelly Craveri, en una exhibición de amor a primera vista, comprara y donara (ya que no sabía “dónde ponerla”, en su casa) la pieza Trianguconcéntricos (2008) al Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA, Argentina), el nombre de Elías Crespín estuvo en todos los diarios, en boca del mundillo del arte y de los que consumen informaciones culturales. 

Artes CombinadasEsa tarde, el stand de Cecilia de Torres/Débora Frydman en arteBA –la feria de arte contemporáneo de Buenos Aires– fue inundado por innumerables personas que se detuvieron maravillados a mirar la suave y armoniosa cadencia de diez triángulos equiláteros concéntricos, inscritos en un metro de diámetro, que parecían responder a fórmulas matemáticas que no se veían y melodías que no se escuchaban. Cuando se filtró la noticia de que también el empresario y coleccionista Eduardo Costantini había aprobado la compra de Malla Electrocinética II (2008) para la colección de su institución -Malba, Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires-, todos querían saber acerca de Crespín.

Hijo de matemáticos y nieto de artistas, Crespín asistió cotidianamente, desde que nació en Caracas, Venezuela, en 1965, al fecundo diálogo entre matemática y arte. A partir de enero 2008, vive en París con su mujer, una bióloga molecular, y con su hijo, aún pequeño como para, a su vez, decidirse por la ciencia o el arte. Pero, en realidad, como lo demuestra la práctica de Crespín, si acaso, en el futuro el niño no tendrá que elegir; podrá dedicarse a ambas disciplinas, o a ninguna. La curiosidad estética y científica tiene puntos comunes que suelen entrelazarse.

La trayectoria de Crespín atraviesa el arte y la ciencia que, se sabe, comparten el goce por la exploración y el descubrimiento de lo inasible. Graduado en Ciencia de la computación en la Universidad Central de Venezuela, emprendió la exploración de su veta artística y el desarrollo de sus primeras formas y fórmulas en el 2000; en 2002 comenzó a jugar con motores de impresoras y a partir de 2004 exhibe su trabajo de manera sostenida. 

Crespín creció viendo las prácticas artísticas de su abuela Gego (Hamburgo, Alemania, 1912-Caracas, 1994) y del marido de ella, el diseñador gráfico, pintor, dibujante y fotógrafo Gerd Leufert (Memel, Alemania, hoy Klaipeda, Lituania, 1914-Caracas, 1998). Arquitecta, diseñadora y artista, Gego (Gertrud Goldschmidt) emigró a Venezuela al filo de la Segunda Guerra Mundial desde Alemania a causa de la persecución nazi. Maga de la línea, utilizó paralelas, cruces diversos y formas geométricas creando la ilusión de dibujar el espacio. Como dijo Marta Traba, Gego sabe “pensar como arquitecto, (...) actuar como ingeniero, (...) proyectar como artista”.

Artes Combinadas - Elías Crespín“Aprendí a doblar alambritos con ella en su taller” le dijo el artista a Dubraska Falcón (El Universal, Caracas, 23 de septiembre, 2009). “¡Eso me marcó! Tenía la idea del movimiento de ondulación y trataba de resolver el problema de la estructura de la obra, que posteriormente llamaría Malla Electrocinética I. Quería una estructura en la que hubiera cierto juego en los puntos de unión. Me di cuenta que la estructura reticular de Gego era la solución perfecta. Busqué alternativas, pero al final me dije: ¿por qué no?”.

Sencillo y de perfil bajo, Crespín sonríe satisfecho, con la frescura de un crío, al verificar la reacción encantada de los espectadores ante sus creaciones. Antes que nadie, él es el primer seducido y maravillado con sus esculturas electrocinéticas; le siguen provocando sorpresa. Reflexivo y sin complejos, supo reconocer la influencia de Gego, y retomar la retícula empleada por la artista, e incorporar la noción de tiempo y la tecnología de última generación como elemento constitutivo de su obra. Los rítmicos deslizamientos de cada una de las partes de las esculturas obedecen a una música interior. Se rigen por secuencias proyectadas por Crespín en programas de computación -guardados en plaquetas alojadas adentro de una plataforma, que esconde y contiene también terminales, cables y motores-, manejados por control remoto con un I-Pod.

El arte cinético de los años ´60 producido por Soto, Carlos Cruz-Diez y Alejandro Otero, es una presencia hegemónica e ineludible en la Caracas de su adolescencia. Crespín abreva de esa tradición que nace del romance del hombre moderno con la tecnología y del deseo de presentar el movimiento. Cuerpo y alma de las esculturas del artista, el hardware y software, por sí solos, no alcanzan a explicar la formidable potencia visual de sus obras. 

Se tiene o no se tiene

Crespín lo tiene; ¿será genético? Posee un inusitado talento natural, inventor de artilugios generadores de belleza. Sus potentes y líricas coreografías geométricas –como él también llama a sus obras– exhiben un dinamismo en las formas, que las descubren siempre nuevas al ojo del que mira, y un inspirado contrapunto de luces y sombras, que renuevan la utopía. 

Es la quimera de un espectador libre que, al observar las dinámicas esculturas de Crespín, puede imaginarse y sentirse gozosamente de vuelta en el territorio de la infancia, cuando todo es posible y las experiencias son siempre nuevas. Entonces, el espectador sin preconceptos intuye que hay que mirar bien las obras en la expectativa de que, acaso, los triángulos se vean convertidos en majestuosas pirámides precolombinas y las redes en mantos protectores donde cobijar los sueños; entonces, quizá exista la posibilidad de que duendes invisibles sean los que, en efecto, manipulan los cables y las precisas formas, círculos, ángulos, prismas, a un ritmo ondulante y, a veces, al son de un silente concierto dodecafónico, y los que a su paso provocan la ilusión de que, al fin, se podrán alcanzar las estrellas. 

Crespín no realizó estudios formales en arte ni ascendió los peldaños que llevan a los jóvenes a construir una carrera artística. En apenas cinco años, desde que comenzó a exhibir, su obra fue incorporada a las colecciones de por lo menos seis museos y colecciones públicas como El Museo del Barrio (Nueva York), Kinetica Museum (Londres), los ya mencionados Malba y MNBA (Buenos Aires), The Museum of Fine Arts Houston (Houston), CIFO (Cisneros Fontanals Foundation, Miami). Asimismo, sus esculturas se encuentran en más de una docena de colecciones privadas de Londres, Madrid, Connecticut, Nueva York, Miami, Houston, México y Buenos Aires.

Luego de trabajar como programador de computación durante más de quince años, en el cruce de su pasión por las matemáticas y el diseño gráfico comenzó a experimentar para ver “cómo representar fórmulas matemáticas en la pantalla de su computadora Apple II”. La contemplación de Cubo Virtual de Soto en el 2000 (Museo de Bellas Artes de Caracas) lo instigó a buscar la manera de “animar objetos físicos con técnicas de computación con el fin puro y simple de verlos”. Así, desarrolló un programa que le permitió coordinar el movimiento de motores de impresoras, independientemente unos de otros; de allí su Cubo Ondulatorio, Homenaje a Jesús Soto (2005). “Desde la memoria de mi computadora, transferí una gráfica virtual a la tercera dimensión y al espacio real. El resultado fue una malla suspendida en el aire, con capacidad de realizar diferentes movimientos ondulantes. Fue así que se me reveló una perspectiva para crear una forma de arte nuevo y personal”, dijo Crespín a ArtNexus.

(Continuará). V.V.