jueves, 28 de agosto de 2014

Dos notas sobre Silvia Gurfein







 Silvia Gurfein en Galería Praxis y Fundación Klemm

(ArtNexus N° 92, 2014)

La memoria de las producciones artísticas de los años ’80 registra a Silvia Gurfein (Buenos Aires, 1959) participando en las artes escénicas, su interés primordial entonces, junto a la filosofía y la música; preocupaciones a las que añadió el video, el dibujo, la pintura y la escritura, incluso creando un taller de escritura para artistas en 2010. Artista autodidáctica, su hoja de vida señala que su primera muestra fue en 2001; participando a partir de entonces en exhibiciones dentro y fuera de la Argentina.


Casi 10 años después obtuvo con una instalación de pintura, Origen y Fin, el primer lugar en el XV Premio Klemm a las Artes Visuales, que le otorgó además la posibilidad de exhibir individualmente en 2013, en Fundación Klemm. Un mes antes, en octubre, Gurfein anticipó en Galería Praxis el desvelo y espíritu de búsqueda que vincula filosófica y estéticamente a las dos muestras. En ambas trabajó también con lo que queda en el taller luego del trabajo del día: manipuló restos de materia y pigmentos en paletas y telas. Las piezas incluso reflejan el tiempo del proceso creativo, las horas de esfuerzo físico y de reflexión estética e intelectual.

Hace unos años Gurfein decía que un eje reconocible de su trabajo era “el cruce entre el mirar contemporáneo y la práctica histórica de la pintura”. Al pintar se ubica en “la intersección de dos tiempos”, el de su “mente digital y el tiempo ancestral del óleo”, y allí acontece su obra. En sus piezas actuales viaja entre el “origen” y el “fin”, la historia y la muerte de la pintura.

En la muestra Silvia Gurfein. La celebración de la materia, el color y la forma, en galería Praxis Internacional Art, la curadora Ana Martínez Quijano señala que el acento está puesto en la “memoria de la pintura”, que bien puede ser “analizada con un enfoque arqueológico”. En ese sentido, Gurfein trabajó con los empastes, con la paciente superposición y acumulación de gruesas capas sobre capas de pigmentos mezclados con óleo y creó pinturas con volumen, como Astilla Estrella o como las coloridas bolas que sostienen los diminutos muñecos de madera en Dormida- despierta y en Yo como Atlas.









Además, aquí exhibió algunas telas pintadas al óleo que recuperan los principios de la abstracción, reiterando líneas, formas y ritmos; armónicas variaciones, con diferentes tiempos y recursos, de un mismo esquema en cuyo centro deslumbra la pintura.

Las huellas de anteriores trabajos de la artista con el teatro, la música y la escritura se encuentran por doquier en su producción en el campo las artes visuales; en Lo intratable en Fundación Klemm, también. Asimismo, aquí los nombres de las piezas y la palabra tienen gran protagonismo, por caso Su obstinación en permanecer y en extender allí donde debería rendirse y cesar o La ceguera táctil del cerebro frente al cráneo (o) La psique está extendida, no sabe nada de ello. Textos de Barthes, Benjamín, Capra, Deleuze, Lispector, y de la propia artista, están enmarcados y exhibidos sobre la pared al igual que las telas sobre bastidores; algunas por sus veladuras y vibrantes bordes indefinidos evocan a los planos de color de Mark Rothko.

Hay algo escenográfico en los lienzos esparcidos y dispuestos sobre largas tablas, como una mesa sobre caballetes. Agrupados por colores, los géneros crudos de distinto tamaño están pintados en el centro de forma irregular, casi manchados, y mostrando las orillas deshilachadas. Central y solitario también es ese iris que aparece en La pregunta del que no sabe a una visión que sabe todo. A modo de interpelación, única y azul ésta es la membrana circular del ojo de la artista impresa sobre lienzo. “Vemos las cosas con la intermitencia del abrir y cerrar de los párpados”, escribe.

La tela recibe a la pintura y a sus restos. En ocasiones los pigmentos traspasan la superficie y pasan para el otro lado, al igual que los famosos trapos -con los que secaba los pinceles y convertía en “pinturas”, que solía regalar a algunos visitantes a su estudio- del escultor y pintor argentino Líbero Badíi.

En sus meditaciones acerca del “origen” y el “fin”, Gurfein asocia y encuentra “ecos funerarios” en las voces “lienzo” y “restos”. Se cuestiona la práctica de la pintura y retoma las discusiones sobre sus sucesivas muertes inauguradas hace miles de años con Plinio el Viejo, cuando en el Tratado de la pintura y el color en el primer siglo de la era común sostuvo que la pintura era “ars moriens”, arte moribundo.




Las logradas exhibiciones -en Praxis y en Klemm- muestran tanto la delicada intimidad como los vericuetos del pensamiento que sostiene la producción de esta sensible artista multidisciplinaría.

En coincidencia, la Academia Nacional de Bellas Artes incluso invitó a Gurfein a presentarse en los “Premios adquisición Alberto J. Trabucco” de Dibujo 2013, exhibidos en el Centro Cultural Recoleta, en Buenos Aires. Victoria Verlichak

Silvia Gurfein en Zabaleta Lab


(Arte al Día N° 133, 2010)

La fuerza de la obra, dibujo y pintura instalada, de la exhibición El libro de las excepciones de Silvia Gurfein (Buenos Aires, 1959), se impone en el espacio expositivo de techos de doble altura de la galería Zavaleta Lab. Los previos trabajos de la artista en el teatro, el video y la música dejaron huella en su producción en el campo las artes visuales. Es posible percibir una original apertura en la cadencia de los colores y en el movimiento de las formas y una sensibilidad potenciada en la repetición de las líneas y en el uso de la luz en las obras de esta artista multidisciplinaria, que también estudió filosofía y artes escénicas. “El cruce entre el mirar contemporáneo y la práctica histórica de la pintura es un eje reconocible de mi trabajo. Al pintar me sitúo en la intersección de dos tiempos, el de mi mente digital y el tiempo ancestral del óleo. Allí se produce mi obra”, dice Gurfein, que comenzó a exhibir en 2001.




El libro de las excepciones se desgrana en el espacio como un volumen de muchas páginas abiertas y esparcidas, pero también como una biblioteca con exceso de material que se derrama sobre el suelo, en pilas irregulares, o apoyado en las paredes de manera poco ortodoxa. La artista es la heroína de ficción de esta serie de pinturas, que remiten intensamente a una literatura escrita con imágenes, entre abstractas y figurativas, y con los tonos del arco iris. Los títulos de los “capítulos” son los que ofrecen pistas, ilustran las citas, encontradas en los pliegues de las obras. La reiteración de líneas, formas y ritmos son armónicas variaciones, con diferentes tiempos y recursos, de un mismo esquema en cuyo centro deslumbra la pintura. Victoria Verlichak