lunes, 16 de junio de 2014

Tomás Saraceno: La ciudad futura

(nota publicada en el Nº 85 de ArtNexus [2012]). 

Con talento y audacia, el artista y arquitecto Tomás Saraceno (Tucumán, Argentina, 1973) sueña y produce a lo grande. Construye una obra que persigue una quimera, fascinando y seduciendo en su camino tanto al público como a la crítica que lo ha consagrado globalmente. En su aspiración por eliminar fronteras psicológicas y sociales, imaginarias y realmente existentes, plantea intenciones transformadoras para habitar, vivir. Propone nuevos territorios que se elevan y desafían la gravedad, abriendo camino a otras dimensiones. Son ciudades y aeropuertos que barren con las divisiones nacionales; elabora “utopías realizables”. Sin embargo, en su ascendente camino en el escenario internacional del arte aparecen algunas señales de alerta en relación a algunos aspectos de su obra. 

Volver a las fuentes

Saraceno formula redes que presumiblemente surcarían el espacio y postula museos que se trasladan con el viento. Diseña galaxias alimentadas por energía solar, jardines que se mecen con la brisa y nubes habitables, probablemente. Son obras elaboradas junto a un equipo multidisciplinario (Studio Saraceno) e instaladas en bienales, encuentros internacionales y museos de Europa, pero también de Corea, Japón, Brasil, Colombia.


En la abundante literatura dedicada a su obra, entre algunas de sus fuentes de iluminación, Saraceno destaca al ingeniero, visionario e inventor Richard Buckminster “Bucky” Fuller (Massachusetts, Estados Unidos, 1895-1983), quien creó en 1949 la cúpula geodésica (una estructura “que podía sostener su propio peso sin límite”) y dedicó sus esfuerzos en responder a esta pregunta: “¿Tiene la humanidad la posibilidad de sobrevivir final y exitosamente en el planeta Tierra y, sí es así, cómo?”, tal como informa Wikipedia, la enciclopedia preferida del artista argentino. Pero Saraceno, en realidad, no se siente cómodo con esta parcialidad. Cree que llegará el momento en que la idea de país perderá razón de ser; se confiesa perteneciendo al planeta Tierra.

El artista también menciona al arquitecto francés Yona Friedman (Budapest, 1923) y al creador y teórico argentino Gyula Kosice (nacido en la actual Eslovaquia en 1924). En efecto, desde América latina, lo primero que viene a la mente al ver la obra de Saraceno, en virtud de sus propuestas utópicas y etéreas, es el trabajo de Kosice, a quien frecuentó en sus años de estudiante de arquitectura. Ya a mediados de los años cuarenta, Kosice sostenía que “El hombre no ha de terminar en la tierra”, elaborando en 1948 dibujos y esquemas para sostener su propuesta de La Ciudad Hidroespacial (piezas exhibidas en 1971, recientemente adquiridas por The Museum of Fine Arts, Houston), una promesa que habría de liberar al hombre de “los pesos y pecados terrestres” y que lo conduciría a habitar estructuras tecnológicas interactivas, superadoras de todo lo ya conocido.

Pero, a diferencia de las piezas de Kosice que se traducen en maquetas -incluso algunas de gran tamaño-, Saraceno crea sorprendentes estructuras a escala real, a las que los espectadores (que están en buen estado físico) pueden ingresar; livianas, algunas son inflables y pretenden ser viviendas con posibilidades de volar y de albergar a muchos. Saraceno no fantasea solamente, sino que dice que trabaja porque quiere seguir “actualizando sus sueños”; hoy y siempre. El artista es un optimista, parece mirar a las estrellas y creer que (casi) todo es posible. Piensa en el futuro, “en muchos futuros”.

Los directores de los museos e instituciones que exhiben su trabajo deben estar más que agradecidos: sus muestras son un éxito seguro. Convocan a una nutrida concurrencia, tanto de grandes como de chicos, que se siente convocada e involucrada, incluso físicamente.

Ida y vuelta

Saraceno tenía sólo un año cuando los padres se exiliaron en 1974, en pleno gobierno peronista (elegido democráticamente) cuando reinaba una agitación abismal por el recrudecimiento de la guerrilla y la acción del escuadrón de la muerte llamado Triple AAA (la última dictadura militar comenzó en 1976 y concluyó en 1983). De modo que el artista pasó su infancia en Italia, regresando con sus padres a la Argentina, a mediados de la década del ochenta cuando se instalaron en la provincia de San Luis, luego del advenimiento de la democracia.

Actualmente Saraceno vive en Frankfurt, Alemania, a donde llegó en 2001, tras graduarse como arquitecto en la Universidad de Buenos Aires y concurrir a una de las escuelas de arte de Buenos Aires (Ernesto de la Cárcova). Antes de emigrar participó en un par de muestras colectivas, en una “experiencia de reflexión” convocada por Catherine David, organizada por Instituto Goethe y Fundación Proa. City Editing fue un coloquio internacional, acompañado por proyectos, que giró en torno al presente y futuro de la ciudad y sus conflictos.

Tras su segunda y decisiva travesía a Europa, para realizar estudios de posgrado en arte y arquitectura en la Staatliche Hochschule für Bildende Künste Städelschule, Frankfurt. Adquirió allí una inmejorable red de contactos -críticos, directores de bienales, colegas, profesores- algo que en la escena del arte actual es de vital importancia. Los contactos siempre han sido determinantes en el campo artístico, pero las comunicaciones instantáneas los hacen trabajar con mayor eficacia y rapidez en la actualidad. Decidió quedarse en Alemania, después de todo, la crisis había estallado en la Argentina -tragándose a cuatro presidentes en menos de un mes, disolviendo su moneda y fabricando millones de pobres-, creando una infinita desesperanza.

En Alemania, el artista se encontró con decisivos maestros como Peter Cook -uno de los principales miembros del grupo arquitectónico de vanguardia Archigram, creado en la década del sesenta-, quien seguramente habrá estimulado aún más el interés de Saraceno por las atmósferas y construcciones utópicas. Quizá, de ellos aprendió a utilizar materiales livianos y tecnología de punta para el desarrollo de su obra. Otro profesor fue Daniel Birnbaum, quien fuera el curador más joven de la historia de la Bienal de Venecia en 2009. Él lo invitó a Saraceno a participar en Making Worlds (Haciendo mundos), su curaduría para la 53° edición. En la IUAV, Universidad de Venecia, también fue alumno del influyente crítico y curador Hans Ulrich Obrist y del artista Olafur Eliasson, reconocido por sus impactantes y poéticas instalaciones de gran tamaño. Desde su llegada a Europa y aún antes de presentarse en Venecia en 2009 -la vidriera excepcional que con una obra igualmente impactante lo difundió global y definitivamente-, Saraceno ya había generado un impresionante curriculum.


Arte y ciencia

Como vivir juntos fue el marco conceptual de la 27º Bienal Internacional de San Pablo (2006) que propuso la interacción entre arte y vida, sugiriendo la idea de comunidad y planteando interrogantes estéticos, pero también filosóficos e históricos. Con tantas opiniones como espectadores, la Bienal satisfizo a muchos (como a esta columnista) que la percibieron menos vistosa, pero más sustanciosa e íntima que anteriores ediciones, disgustó a otros que la consideraron grandilocuente y fallida en su pretensión de captar la complejidad de lo que significa “vivir juntos”. El juicio positivo acerca de la instalación de Saraceno fue casi unánime. En 2006, su obra aún no era tan conocida (por lo menos en el sur del sur), aún cuando ya había realizado su primer Jardín volante, por mencionar unas de las obras con células habitables, esferas de material traslúcido como las de San Pablo.

Al artista le gusta pensar sobre la posible eventualidad de vivir en el aire. Con una altura de tres pisos, la estructura compuesta por módulos inflables (a escala transitable), resultó ser una de las piezas sobresalientes del encuentro. Invitaba a la interacción entre la obra y los visitantes, tanto como a establecer relaciones entre ellos mismos aunque fuera por unos instantes. En el trámite de subir y bajar por esas esferas blandas apiladas era preciso hablar con los otros observadores, para abrir el paso, para hacer lugar a los otros, para acomodarse entre todos. Así, el sugerente proyecto arquitectónico contribuyó a promover el juego en torno a la convivencia, pero también la reflexión acerca de la supervivencia.

El arte y la ciencia comparten la pasión por los procesos, la emoción de los interrogantes y la búsqueda del conocimiento. El arte y la tecnología discurren más que nunca, en este nuevo milenio, por caminos convergentes y la obra de Saraceno escenifica la posibilidad de la colaboración creativa para la formulación de nuevas ideas. Como bien dice el físico irlandés Michael John Gorman -director de la Science Gallery de Dublín que investigó la interacción entre arte y ciencia en el período de Galileo-: “cuando arte y ciencia se separaron perdimos mucho”.

Saraceno demuestra que, una vez más, la curiosidad estética y científica tiene puntos comunes que se cruzan repetidamente; si hasta participó en el Programa de Internacional de Estudios Espaciales de la NASA, en Silicon Valley. A principio del siglo XX el advenimiento de la máquina y su promesa de un futuro de progreso fue celebrado por los intelectuales, por algunos constructivistas rusos, futuristas italianos. El arte cinético y las experiencias con las telecomunicaciones realizadas a partir de los años sesenta nacen del romance con la tecnología.

Pero antes que intentar reseñar acerca de cómo los desarrollos tecnológicos influyen, positiva o negativamente, sobre lo cotidiano, Saraceno se sirve del arte y la ciencia (y sus aledaños) para indagar acerca de los orígenes y la interdependencia -como en sus galaxias venecianas- y para estudiar las posibilidades de reinventar la relación entre arquitectura y vida sustentable, como en Cloud Cities.

El juego y el azar están presentes en los hallazgos y monumentales instalaciones del artista, a pesar de la seria planificación que sugieren el empleo de procedimientos científicos, ecuaciones matemáticas. Entre los 90 artistas de Making Worlds (Haciendo mundos), en la edición 53° de la Bienal de Venecia (2009), Saraceno se destacó por su gran galaxia transitable dibujada en el espacio con sogas negras tensadas. El artista “hizo mundos” a partir de esa obra, Galaxias formadas por filamentos como gotas de agua en una telaraña (2008). Se trataba de una investigación nacida de su mirada hacia la naturaleza, específicamente de una telaraña, pero que terminó involucrando un desusado aparataje y un grupo de especialistas entusiasmados con profundizar las analogías entre el origen del universo y la telaraña. No sólo puso a trabajar a algunas arañas en una maqueta del ámbito en donde iba a ser desplegada la telaraña sino que, para capturar la imagen en 3 D del trajín de los bichos y otros detalles de sus dibujos, involucró a biólogos, astrofísicos, a especialistas de varios campos, intentó escanearlo, utilizó láser, fotografía. El laberinto de filamentos luego fue instalado en el Pabellón Italia creando con elásticos, anclados al piso y al techo, conjuntos firmes y a la vez frágiles que trazaron cierta geometría del universo y atraparon la atención de todos.

Las gigantes esferas transparentes de sus ciudades nube -Cloud Cities- estuvieron exhibidas hasta el 19 de febrero de 2012 en la antigua estación ferroviaria berlinesa, Hamburger Bahnhof, sede del relativamente nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Berlín. En estos y otros trabajos, Saraceno profundizó las propuestas de Cloud nine de Fuller, el hábitat aéreo flotante a partir de esferas geodésicas. Como gigantes gotas de agua inmovilizadas por redes -nuevamente, las telarañas-, y con algunas bioesferas acunando plantas sin raíces, la veintena de esferas eran en su mayoría transitables. Así, ofrecían a los observadores la posibilidad de interactuar con la obra, ya sea ingresando a las pompas o descansando sobre ellas, pisando y sintiendo la blandura del plástico lleno de aire.

Algunas reflexiones

Junto al entusiasmo que suscita el valorado trabajo del artista también surgen algunos interrogantes. Precisamente, el extensivo uso del material plástico para la construcción de muchas de sus llamativas piezas parece contradecir algunas de las posturas del artista en relación a la ecología. ¿Qué hace Saraceno con el plástico de las esferas tras varios meses sometido al roce de los visitantes? ¿Lo reutiliza? ¿Qué hace con las cuerdas que, por lo menos, son fáciles de trasladar porque casi no ocupan lugar? Quizá, conciente del uso reiterado en su obra de materiales que suelen ser difíciles de ser digeridos por el planeta, al artista le gusta comentar el concepto de “las tres ecologías” de Felix Guattari y la conexión inseparable que el filósofo y psicoanalista francés establece entre la ecología social, mental y ambiental. “Cuando hablamos del cambio climático, quizá deberíamos considerar la ecología en su espectro más amplio”, dice Saraceno, tal vez como manera de compensar el hecho de que -si bien parece dedicarse a pensar en un mayor bienestar para los seres humanos- ciertamente usa algunos antipáticos derivados del petróleo y más.

En ocasión de ¡AFUERA! (2010), la Muestra Internacional de Arte Contemporáneo organizada por el Centro Cultural España en Córdoba (Argentina), Saraceno intentó remontar una de sus grandes esculturas aéreas, Globos aerosolares. El globo que transportaba al artista se elevó, con energía solar casi al amanecer, pero se rasgó y cayó estrepitosamente desde lo alto, lastimándolo. O sea, el inmenso globo no cumplió su cometido. ¿Inadvertida metáfora del país?

Ese mismo día del frustrado vuelo en una de las plazas centrales de la ciudad de Córdoba, los jóvenes voluntarios de “Un techo para mi país” erigieron un modelo de casa, sostenida por un poste en las alturas, para promover sus actividades y recaudar fondos. La organización no gubernamental, con presencia en 19 países de Latinoamérica, trabaja junto a familias que viven de manera precaria para construir viviendas y cubrir sus necesidades básicas. Ahí y entonces, con el aporte de los que pasaban por la plaza, se podía contribuir con dinero para mejorar el presente de muchos. El observador atento no pudo menos que relacionar la modesta casita de “Un techo…” con el grandilocuente globo aerosolar. ¿Cuánto cuesta y qué tan cerca queda el futuro que sueña el artista? Pero, claro, la utopía es territorio de los artistas, que en su afán de pensar lo impensado suelen dejar de lado criterios de estricta realidad.

Otra obra que suscita dudas es el denominado Museo Aerosolar, creado en 2007 en Medellín a partir de miles de bolsas de basura o de supermercado pegadas entre sí, presuntamente reciclables. El artista animó a niños y a adultos a pintar las bolsas y acercarlas a distintos puntos de recolección. Una vez construido el globo con el material recolectado, sostuvo que ese era “el primer Museo suspendido en el aire, construido con bolsitas de plástico recicladas del mundo, [que] vuela y se desplaza con energía solar y humana”. También arriesgó que, que a la manera de la Torre Eiffel y la Muralla China, este Museo es el reflejo de una cultura y un tiempo.

Saraceno cree que cuántas más bolsas, más grande será su colección. Es cierto, el arte sirve para inventar y para subvertir valores, pero en muchos lugares (¿la mayoría?) de América latina las bolsas no son biodegradables y tardarán centenares ¿miles? de años en desintegrarse. Además, ¿cómo se sabe dónde y cuándo ha aterrizado el Museo? En vez de impulsar a decorarlas, quizá sería mejor desalentar el uso de las bolsitas para los intercambios comerciales, como una forma de ahorrarle a la tierra mayor degradación.

Por su monumentalidad y seductores efectos, su obra -que dispara la imaginación y pone a trabajar los sueños- pareciera obtiene una respuesta inmediata y encantada de parte del observador. El peligro es que comiencen a funcionar como un parque de diversiones temático antes que como parte constituyente del necesario debate alrededor del estado de reflexión y proyección del arte contemporáneo.

Saraceno juega hoy en las grandes ligas. Mientras Art Nexus estaba en preparación, Saraceno se hallaba ultimando los detalles de su último proyecto: Cloud Cities, instalación inaugurada el 2 de mayo en la terraza de The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, y Cloud Cities en Maison Hermès de Tokio, muestra abierta el 25 de mayo.
V.V.