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A propósito aquí un fragmento de un texto de Verlichak publicado en Southward Art, 2003.
No hay nada casual en las enigmáticas y vigorosas pinturas de Víctor Florido (Buenos Aires, 1976). (…) Esta serie de trabajos forman una constelación de imágenes que aparecen funcionando como metáfora del devenir de la existencia y de su inconmensurable dimensión. En este sentido, Florido bucea en los inicios de la historia -desde las reliquias artísticas de las culturas mesopotámicas, pasando por la escultura francesa con reminiscencias greco-romanas, hasta la contemporaneidad- para edificar un museo imaginario en donde conjugar una ambigua temporalidad sin que asome el menor afán de desafiarla. Para ello acude a imágenes -inspiradas en aristas de cierta realidad sin caer en lo literal- de lectura compleja, pero de apariencia despojada.
Su repertorio incluye espacios que poseen atmósferas metafísicas, teatrales y silenciosas. Florido los pinta sin estridencias, como escenarios que subrayan la presencia de la ausencia. Las recurrentes referencias al pasado, en las líneas arquitectónicas y en los semblantes de las silenciosas figuras de esta serie, sugieren un importante volumen de información que el artista suministra con austeridad. A pesar de las referencias de tiempo y de lugar, el conjunto no ofrece certeza alguna. Florido logra componer una ficción casi onírica, repleta de expectativa y extrañamente aislada de cualquier contexto.
Lejos de la ironía y de la solemnidad, estos trabajos de gran tamaño destilan una ambición pictórica notable, junto a una armonía cromática que, a esta altura, es una marca registrada del artista. Un ocasional color azul o colorado sobresale entre la franja de los grises y de los ocres en estos óleos que parecen evocar ciertos estados de ánimo vinculados con la nostalgia y el retraimiento.. (…) Pinturas que, en su ilusoria simplicidad, van al encuentro de la íntima esencia de las cosas. V.V.