Desde 2005, y hasta 2013, fue director del Museo Histórico Nacional, de donde fue removido (malamente) por motivos políticos. Antes, fue el motor de la renovación del Museo Etnográfico. Entonces, Fundación Proa realizó la exhibición de “La magia de la risa y el juego en el arte prehispánico de Veracruz, México. Arqueología mexicana, 1200 a.C. - 600 d.C.” conjuntamente con el Museo de Antropología de Xalapa, junto a la curaduría del Director del Museo Dr. Rubén Morante López; el Dr. Pérez Gollán intervino como curador invitado.
Pérez Gollan (en el centro), con Adriana Rosenberg y Alfonso de María |
A continuación un texto de Pérez Gollán y una entrevista; junto a una nota de Verlichak en revista NOTICIAS.
Entrevista al Dr. José Antonio Pérez Gollán, 2004 (fragmento)* ¿Qué significa que venga una cabeza colosal a Buenos Aires?
Lo más trascendente para una muestra que está encarada desde el punto de vista del arte prehispánico, es la presencia en Buenos Aires de una cabeza colosal de la cultura olmeca. Nunca había llegado a Buenos Aires una cabeza olmeca y, más allá de ser un objeto arqueológico en sí mismo, tiene un valor estético muy importante. Estas piezas monumentales son únicas; es como encontrarse con La Gioconda.
¿Es una muestra hístorica?Esta no es una muestra histórica -no trata la cuestión de tiempo y lugar-, ya que en realidad está uniendo dos temas muy lejanos en el tiempo, pero que tienen como nexo la cuestión de la risa. Así, la muestra ofrece una visión poética de una realidad arqueológica. ¿Qué es la cultura Olmeca?
En términos arqueológicos, olmeca es el periodo Preclásico y en términos cronológicos quiere decir que vamos a ver en esta muestra piezas del 1200 a.C., proveniente de lo que se conoce en arqueología como Mesoamérica: que es la parte central de México, parte del sur, la península de Yucatán y parte de Centroamérica, en donde hubo una serie de interacciones con personalidad propia y que se desarrolló hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI.
Estas culturas comparten por ejemplo, formas de economía, una escritura, un calendario, un panteón de dioses y comparten, por supuesto, una visión de la vida, con estas diferencias regionales. No es lo mismo la zona del Golfo de Veracruz, de donde vienen estas cabezas colosales y las caritas sonrientes, que la región del centro, que es la más conocida porque su última civilización fue la Azteca. Tampoco es igual Oaxaca que tiene otra historia pero comparte estos rasgos mesoamericanos, o la zona Maya que también es distinta aunque comparte este tipo de cultura indígena y que se remonta por lo menos al 1500 a.C. como inicio de la civilización. El poblamiento de Mesoamérica es mucho más antiguo (hay fechas del 20.000 a.C.) (…). ¿Por qué Octavio Paz trata el tema de la risa?
¿Qué quiere decir Octavio Paz? Creo que él especula sobre la sonrisa desde el punto de vista de la poesía, hace una serie de elucubraciones imposibles de corroborar. (…) El sentido profundo de esto es muy difícil de determinar porque no hay forma de reconstruirlo. (…) El escritor ofrece más bien un pensar sobre esas piezas desde la estética o desde la sensibilidad occidental. Desde el punto de vista arqueológico, lo del juego tiene una cuestión de interés. (…) Interesan sobremanera algunos de los elementos que conforman el juego: son animales con ruedas como para tirar. Sin embargo, por ejemplo, -y esto fue un descubrimiento muy importante- la rueda nunca se utilizó con fines económicos, para fabricar carros o para trasladar carga o personas. Simplemente, la rueda se utilizó como parte de un juego. ¿De donde provienen y qué significan las cabezas colosales?
El material de esta muestra viene del Estado Veracruz, en el centro de México en torno al Golfo de México y la cultura olmeca, su centro más importante, es una cultura que se asentó en un territorio de selva, de pantano. Estas cabezas colosales son de basalto y este material no se halla en el lugar donde se las encontró, esto significa que tuvieron que transportarlo a través de muchísimos kilómetros; desde la zona volcánica hasta, por ejemplo, San Lorenzo Tenochtitlán; que es la zona de la desembocadura del río Oaxaca. Los primeros hallazgos datan de principios de siglo, pero es un hallazgo fortuito. En realidad, a partir de la década del Treinta se empieza a tratar sistemáticamente como problema arqueológico. En los años Cuarenta se avanza muchísimo en la investigación. Hay cerca de 18 cabezas (algunos hallazgos son recientes). La teoría que tiene más aceptación es que representan jefes: retratos de personajes que vivieron y tuvieron una jerarquía. Sin embargo, otra teoría sostiene que, efectivamente, son jefes pero que no perteneces a la vida real sino a un pasado mítico o, quizás, fueron personajes que en algún momento sobresalieron por haber realizado alguna hazaña. Como quiera que sea, tuvieron algún lugar de preeminencia y sus cabezas fueron esculpidas en piedra. Todas las cabezas están mutiladas, en algún momento perdieron vigencia. A algunas cabezas las han roto con piedras y otras tienen marcas en la cara hechas con un taladro. Un taladro es una herramienta muy simple, es de madera y generalmente tiene una punta de piedra, se pone agua y arena. (…) Muchas de las cabezas fueron recuperadas de otros monumentos y estaban pintadas (…). ¿Cuál es el papel del arte en la región de mesoamérica?En Mesoamérica no existe el arte por el arte mismo, siempre tiene que ver con ritos, con motivos religiosos o míticos, con visiones del mundo. Es un arte lleno de metáforas. Son objetos que se construían con una finalidad práctica, ya sea para ser utilizadas en el ritual, para adquirir legitimidad o transmitir un mensaje religioso. No se construían como objeto de contemplación. Todo este arte estaba puesto al servicio de la información.
* Director del Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti”, perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y curador invitado de la exhibición “La magia de la risa y el juego en el arte prehispánico de Veracruz, México. Arqueología mexicana, 1200 a.C. - 600 d.C.”
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La visión poética de una fascinante realidad arqueológica, incluyó la extraordinaria presentación de una colosal cabeza olmeca hecha de basalto, de 4 toneladas y 1.65 metros de alto.
Una cabeza olmeca en Buenos Aires:
opciones del patrimonio
JOSÉ ANTONIO PÉREZ GOLLÁN, DIRECTOR DEL MUSEO ETNOGRÁFICO (FFYL-UBA) “Lo que llamamos “obra de arte” –designación equívoca, sobre todo aplicada a las obras de las civilizaciones antiguas– no es tal vez sino una configuración de signos. Cada espectador combina esos signos de una manera distinta y cada combinación emite un significado diferente”.Octavio Paz Las cabezas colosales olmecas talladas en piedra son quizá, junto con la pintura de Frida Kahlo y los murales de Diego Rivera, uno de los íconos más populares del arte mexicano. La exposición La magia de la risa y el juego en la sede de la Fundación Proa exhibe, por primera vez en la Argentina, una cabeza de piedra olmeca junto a un grupo de cerámicas modeladas: las denominadas caras sonrientes y algunos juguetes. Toda la muestra procede del actual estado de Veracruz en México y, además, reconoce una cierta continuidad en términos del desarrollo cronológico. Son varios los motivos que me llevan a centrar la atención en la cabeza colosal olmeca: uno, y tal vez no el más importante, por mi formación de arqueólogo; otro, por la profunda curiosidad que me despierta el arte y su relación con los procesos sociales; por último, por mi condición de director de un museo universitario de antropología. En esta exposición, la cultura olmeca está representada por una cabeza colosal que lleva el número 9 y fue hallada en 1982 de manera casual por un campesino, cerca de San Lorenzo (Veracruz). Hasta la fecha, son 17 las cabezas conocidas: diez proceden de San Lorenzo, cuatro de La Venta, dos de Tres Zapotes y una de Cobata; los ejemplares de cada una de estas localidades tienen su estilo propio y particular. Casi todas las cabezas han sido mutiladas en tiempos remotos, posiblemente con fines políticos. El primer hallazgo de una cabeza colosal fue el que hizo José Melgar en 1862 y cuya noticia publicó en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1896). Pero fue Mathew Stirling quien en 1936 inició las investigaciones arqueológicas sistemáticas y modernas en la región olmeca; sus trabajos se prolongaron por varias décadas y tuvieron una notable influencia en la arqueología americana. Por su parte, el pintor, dibujante e ilustrador mexicano Miguel Covarrubias cumplió en las décadas de 1940 y 1950 un importante papel en la valorización de las sorprendentes y remotas manifestaciones olmecas desde la perspectiva artística. En 1946 escribía en su libro El sur de México: “Según parece, una raza misteriosa de extraordinarios artistas vivió desde tiempos muy antiguos en el Istmo [deTehuantepec], sobre todo en los alrededores de Los Tuxtlas y la cuenca del río Coatzacoalcos. Por todas partes hay tesoros arqueológicos que yacen ocultos en las selvas y debajo de la rica tierra del sur de Veracruz: túmulos y pirámides funerarios; monumentos colosales de basalto tallados magistralmente; magníficas figurillas de precioso jade y otras de barro, modeladas con gran sensibilidad. Todos ellos de una gran calidad artística sin precedentes. La inasequible presencia de un pasado grandioso y remoto en lo que ahora es selva impenetrable y deshabitada, resulta un enigma aún más misterioso porque la mayoría de los antropólogos actuales coincide en afirmar que muchas de estas obras maestras artísticas datan de una época que retrocede hasta los comienzos de la era cristiana. Esta cultura, que aparece de pronto como surgida de la nada en un estado de completo desarrollo, parece haber sido la raíz, el origen de culturas posteriores y mejor conocidas: maya, totonaca, zapoteca, etc.”. Desde 1950 y en adelante, la aplicación del nuevo método del radiocarbono, al poder fechar los restos orgánicos, permitió establecer con aceptable precisión la antigüedad de los materiales arqueológicos, lo que confirmó que las tallas olmecas se remontaban al primer milenio AC. El núcleo geográfico de la cultura olmeca corresponde a la parte sur del estado de Veracruz y la porción colindante de Tabasco. El paisaje se presenta allí como una planicie costera con lomadas bajas, que debido a su escasa altura sobre le nivel del mar se inunda con facilidad. El área está surcada por ríos de gran caudal, muchos de ellos navegables, y en cuyas desembocaduras se han formado amplios deltas: es el caso del río Coatzacoalcos, por ejemplo. La densa selva tropical que cubría la región, hoy casi ha desaparecido por las modernas prácticas agrícolas y ganaderas y, también, por la intensa explotación petrolera. Todos los objetos líticos –máscaras, cabezas colosales, tronos, estelas, hachas, estatuillas, esculturas de bulto, etcétera– fueron tallados por los olmecas sólo con herramientas de piedra y madera, pues en Mesoamérica los metales eran desconocidos en esa época. La forma general de las piezas se lograba con instrumentos de piedra, se perforaban con el taladro de arco y para el desgaste y pulido se recurría a arenas o cenizas volcánicas. Lo que debe considerarse es el gran aporte de mano de obra que requería una técnica que podríamos calificar de neolítica, lo cual era coherente con los modos de organización de la fuerza de trabajo en las sociedades preindustriales. Las materias primas procedían de regiones distantes; la piedra verde (jade, jadeíta, serpentina y otras) para los bienes de lujo se traía probablemente desde el actual estado de Guerrero (México) o del valle del río Motagua (Guatemala). Las cabezas colosales, por su parte, se tallaron en roca volcánica; las de la Venta, Tres Zapotes y Cobata en basalto, mientras que las de San Lorenzo en andesita. Los enormes bloques de roca proceden de canteras que quedan a 100 y 150 Km de distancia y lo más probable es que debieron transportarse en balsas a través de los ríos hasta sus emplazamientos definitivos. En el área que los arqueólogos han definido como Mesoamérica y en una fecha tan temprana como el 2500 AC, se afianzó una nueva forma de organización social: se generalizó el sedentarismo agrícola, hubo un aumento de la población que se concentró en caseríos y aldeas. Los antiguos modos de vida de los cazadores recolectores fueron dejados atrás: en ese momento se multiplicaron las pequeñas comunidades igualitarias y autónomas asentadas junto a sus campos de cultivo que aprovecharon las lluvias estacionales, los suelos húmedos o los terrenos que inundan anualmente los ríos. Hacia el 1200 AC, sobre la base de la anterior tradición, se incorporaron a la agricultura nuevas plantas y técnicas más complejas para controlar el agua a través del riego, se construyeron terrazas de cultivo para evitar la erosión y generar suelos artificiales, a la vez que se colonizaron espacios productivos: sin duda, aumentó el rendimiento de la tierra. Algunas comunidades iniciaron una incipiente especialización productiva y se organizó la circulación de materias primas, productos e ideas. Pero quizá lo más destacable es que por primera vez en la América indígena surgió la desigualdad social hereditaria. Los circuitos de intercambio se ampliaron hasta abarcar regiones remotas y se volvieron más complejos, a la vez que las emergentes elites locales pusieron en circulación bienes de lujo para acrecentar y afianzar su prestigio: vasos de cerámica policroma, espejos de hematita, polvo y colorantes, pieles, figurillas, piedras semipreciosas, plumas, caracoles y conchas. Existían en ese entonces linajes que por descender de un antepasado de prestigio mítico acumulaban poder –y lo transmitían por herencia a sus descendientes– como para asumir la representación de la comunidad y ser, sobre todo, los mediadores entre los hombres y las potencias sobrenaturales. Muchas han sido y son las hipótesis para explicar el surgimiento de la desigualdad social hereditaria: el acceso diferencial a los recursos, el desarrollo tecnológico, la coordinación de las obras de irrigación, el control del intercambio y la redistribución de bienes de alto valor simbólico, el manejo de un marco ideológico complejo. En realidad, es mejor pensar en una conjunción de circunstancias, y no en un único factor como el detonante. Alrededor del 1200 AC, San Lorenzo se constituyó en el asentamiento olmeca más importante y con mayor población: diez veces más grande que cualquiera de las aldeas de esa época. Por su ubicación en la cuenca media del Coatzacoalcos, controlaba los movimientos de bienes y personas a través de la red fluvial, a la vez que coordinaba la mano de obra y la producción especializada regional. También se modificó el terreno natural para dejar las marcas de un paisaje sagrado y monumental. Se construyeron largas y anchas terrazas que, al alterar la topografía, crearon nuevos espacios de habitación y producción para una población en aumento. A la vez, se diseñaron espacios ceremoniales mediante plataformas truncadas de tierra, bajas y escalonadas, muchas veces recubiertas con arena de color rojo. En este momento temprano de la arquitectura olmeca no hay evidencias de que se construyera según el modelo de plazas y pirámides característico de los centros ceremoniales mesoamericanos posteriores.
Podríamos preguntarnos, ¿qué es lo que cambió en San Lorenzo? El sistema socio-político es lo que se transformó: una línea de parentesco, un linaje, se impuso como grupo gobernante y desde entonces transmitió el poder como herencia a sus descendientes. De las anteriores comunidades igualitarias y autónomas, se pasó a una sociedad multicomunitaria aglutinada por el principio estructural del rango. En estas sociedades los linajes ocupaban distintas gradaciones (rangos) de prestigio en relación a un antepasado común (muchas veces mítico o sacralizado). Uno de estos linajes se reservaba el derecho hereditario al ejercicio del cargo político de jefe: un personaje de carácter sacrosanto, intermediario entre los hombres y los dioses en tanto supremo sacerdote, redistribuidor de los excedentes económicos que la comunidad aportaba –a modo de tributo– en productos o trabajo, coordinador de las obras comunitarias y, en algunos casos, propietario de las tierras. El jefe o señor poseía un séquito, su actividad estaba regida por un estricto protocolo y era la pieza principal de un complicado ritual público.
Las cabezas colosales fueron las representaciones de los jefes o señores con los atributos del poder; los antepasados transformados en piedra, que ofrecían testimonio de la legitimidad y sacralidad de los linajes gobernantes. En San Lorenzo estaban dispuestas, al parecer, según dos ejes que corren de norte a sur en la parte central del sitio. El tema dominante en la escultura monumental olmeca fue el de los hombres adultos del grupo gobernante que se representaron en las cabezas colosales, los personajes sentados y los tronos. El arte olmeca estuvo íntimamente ligado a la construcción del poder en el surgimiento de la desigualdad social hereditaria: en la cuenca del Coatzacoalcos se inició el camino de la América indígena hacia la civilización, el estado y la sociedad de clases. Con posterioridad al apogeo de San Lorenzo, el eje se desplazó primero hacia La Venta y más tarde a Tres Zapotes. Para el 300 AC el pueblo y el arte olmeca ya habían desaparecido. La exhibición de la cabeza colosal olmeca de San Lorenzo (Veracruz) en la Fundación Proa, pone en juego otros conceptos que no son los de un arte arcaico cargado de los significados ideológicos que rodean al poder en los inicios de la sociedad urbana. Expuesta en la sala de un edificio construido a fines del siglo XIX que fue refaccionado para servir como centro de arte, la cabeza olmeca cobra sentido dentro de las categorías del arte moderno y aparece como antecedente de Botero o de las esculturas del argentino Claudio Barragán; así, en la Vuelta de Rocha, la cabeza 9 se convierte en nuestra contemporánea. Sin embargo, si se la exhibe en el contexto de la museografía nacionalista del siglo XX, anuncia –desde su monumentalidad precolombina– la emancipación del campesino y apuntala la identidad propuesta por el Estado nacional.Todas son, al fin de cuenta, opciones del patrimonio: válidas en la medida en que cada contexto crea su observador y configura significados.
La magia de la risa y el juego (Revista Noticias)
“La magia de la risa y el juego en el arte prehispánico de Veracruz, México. Arqueología mexicana, 1200 a.C. - 600 d.C.” ofrece una visión poética de una fascinante realidad arqueológica. Incluye la extraordinaria presentación de una colosal cabeza olmeca y alrededor de 50 piezas arqueológicas prehispánicas de los pueblos que habitaron el actual estado de Veracruz, México. El nombre de la exposición, “La magia de la risa y el juego…”, está tomado de Magia de la risa (1962), un volumen con la colaboración de Octavio Paz.
Proa presenta por primera vez en Latinoamérica una de las 10 colosales cabezas olmecas encontradas en San Lorenzo Tenochtitlán, perteneciente al Museo de Antropología de Xalapa (Universidad Veracruzana), que custodia cerca de 30 siglos de arte e historia. La cabeza olmeca Nº 9 que se ofrece al público en Buenos Aires -que pesa 4 toneladas, mide 1.65 metros de alto y está hecha de basalto- es un impresionante personaje sonriente con las mejillas marcadas y surcos profundos a los lados de la nariz y la boca.
Con la curaduría de Rubén B. Morante López, asimismo, se presentan piezas procedentes de tres áreas de Veracruz denominadas huasteca, totonaca y olmeca, localizadas de norte a sur. En Proa se exhiben las llamadas “caritas sonrientes” o “figuras sonrientes” junto a otros objetos y figuras de cerámica y piedra que aluden al juego, la risa, la muerte, a la deformación, a la relación entre hombres y dioses.
Además de su monumentalidad, la importancia de la notable cabeza colosal radica en su profunda originalidad y en su procedencia: la misteriosa civilización olmeca, la más antigua de Mesoamérica y “cultura madre” de las otras mencionadas. Los olmecas fueron el primero y el más grande de los pueblos de México, que se asentaron en la región del sureste del estado de Veracruz y noroeste de Tabasco. Aún cuando no se encontraron vestigios de su escritura y tampoco se conoce el lenguaje con el que se comunicaban, los olmecas hicieron hablar a la piedra.
Por su parte, el reconocido Dr. José Antonio Pérez Gollán, director del Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti”, perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, fue invitado a presentar para el público local un documentado recorrido didáctico por la Arqueología mexicana, en las salas del piso superior de Fundación Proa. “Expuesta en la sala de un edificio construido a fines de siglo XIX, que fue refaccionado para servir como centro de arte, la cabeza olmeca cobra sentido dentro de las categorías del arte moderno” -acierta Pérez Gollán en su texto del catálogo- y se anuncia como un antecedente de otras obras contemporáneas.
Encarada desde el punto de vista artístico antes que histórico, esta exhibición invita al espectador a sumergirse en el misterio que pervive en estas piezas, de indudable valor arqueológico y estético, y también a conferirles una mirada propia, puesto que es el ojo del que mira el que habrá de asignarle su significado ulterior. ¡Imperdible! V.V.